- Bill- me tomó de la mano, con poca fuerza. Lo miré a
los ojos, molesto; él lamió sus labios.
-¿no piensas contestarme?
- No.
- ¿Por qué?- me carcajeé con sarcasmo.
- No me puedo creer que aun pienses que voy a seguir como
un perro olfateándote el trasero cuando quieras.
- ¿Nunca vas a perdonarme?, ya son ocho meses en los que
no me has hablado y me ignoras.
- ¡No me importa!
- No te alteres, tranquilízate un poco.
- ¡Suéltame!- lo hizo. Me miró a los ojos con seriedad.
-¡DEJA DE MIRARME ASÍ!
- ¿Así cómo?
- ¡Así!, Eres un jodido idiota, Thomas.
- Ya, puedes decirme Tom.- le di la espalda, caminando
lejos.
Son ocho meses y no hay noticias muy buenas, salvo que he
salido de ese lugar y William se fue –si tengo suerte para siempre-. No quería
hablar con Thomas y no dejaba de escuchar un “te lo dije” de Gustav siempre que
caía y le hablaba.
Siempre venía y tocaba a mi puerta, pero al último se iba
sin su victoria. No entendía porque me buscaba después de que le importó un
huevo lo que yo sentía. Era mi turno de ser el malo; ya no dejaría que él fuera
las riendas de mi camino.
[…]
Hoy era el cumpleaños del rubio, lo que significaba que
habría una gran fiesta en pocas horas, que no terminaría hasta la mañana
siguiente. Todos querían asistir a sus fiestas, y yo, por mala o buena suerte,
soy uno de sus mejores amigos, y por eso ni siquiera necesito invitaciones para
asistir. Pero odiaba esas fiestas donde pasaba de todo.
- Vente desde ahorita, amigo.- dijo, riendo.
- No lo creo, necesito arreglarme.- él se carcajeo tan
fuerte que tuve que separar el auricular de mi oído.
- Siempre te tomas cuatro horas en arreglarte y terminas
como si acabaras de despertar.
- Ya, pero es tu culpa, ¡siempre haciendo fiestuchas
salvajes!
- ¡”fiestuchas salvajes”!- volvió a carcajearse. – te
traes tus cosas a mi casa y ya, ¿sí?
- Bueno, está bien.
- ¡Gracias!, y así puedes ayudarme a escoger el alcohol.
- ¡Tan temprano y pensando en el alcohol!- me reí. –
Bueno, ya voy a tu casa, adiós.
- Adiós, te espero.- reí y después corté la llamada.
Puse mi ropa en una mochila blanca, cepillé mis dientes y
después bajé las escaleras, en busca de mamá. Ahí estaba, lavando los platos
con delicadeza; cuando me miró, sonrió, y al ver mi mochila se puso seria.
- ¿A dónde te irás a dormir ahora?
- Iré a la casa de Andy, recuerda que es su cumpleaños
hoy.- ella negó.
- Ten cuidado, ¿sí?- entorné los ojos.
- Sí, mamá. Adiós, te quiero.
- Y yo a ti, Bill.
[…]
7:27 P.M
- ¡Mierda, mierda, es tarde!- él me miró con
indiferencia.
- ¿Tarde para qué?- me detuve a mirarlo con seriedad y
negué.
- Para tu fiesta, ¿ya no la recuerdas?- él se burló de mi
con su mirada, ahogando sus carcajadas con la cerveza que llevaba en sus manos.
- Puedes entrar al baño a penarte.- sonreí. Me saqué la
playera y la doble con cuidado sobre su cama.
- Hey, Rubio, ¿te gustaría prestarme algo de
desodorante?, para que lo olvide en mi casa.- decía mientras me ponía mi
camisa.
- Todo lo que necesites está en el baño, Bill.
- Gracias.- quité mi pantalón y me puse uno negro algo
ajustado. Después me fui al baño y saqué mi alisadora para mi cabello.
Al terminar, me puse maquillaje en mis ojos y algo de
brillo en mis labios. Salí del baño. Andreas quitaba sus pantalones tratando de
hacer equilibrio con sus piernas.
- Eh, Bill, ¿me puedes pasar mi pantalón?
- ¿Cuál de todos, Andreas?- reí.
- El rasgado, mi favorito.- asentí y fui a sus armario, buscándolo
por todos los lugares hasta encontrarlo, después de lo tendí y él lo agarró. –Gracias.-
el saco una pequeña carcajada aguda.
- ¿Qué, de qué te ríes?- dije sonriendo.
- Te estás poniendo guapo para Thomas, ¿no?- dejé de
beber la cerveza y lo miré con confusión mientras tragaba el líquido.
- ¿Para Thomas?
- Ajaam…- emitió mientras abrochaba sus tenis.
- ¿A qué te refieres con Thomas?, ¿Quieres decir que lo
invitaste a tu fiesta?- dije casi en un grito.
- Claro, ¿por qué no?, solo quise hacer a mi mejor amigo
feliz.- puse mi mano en mi frente, algo enfadado, -¿Qué pasa?
- No… nada.- fingí una sonrisa. –Ya no lo considero
interesante, Andreas… ya no quiero volver a hablar con él.
- ¡¿De verdad?!- asentí. -¡¿Por qué¡?- lo miré incrédulo.
–Ahh… por eso…
- ¡Sí, por eso!
- Bueno, pues entonces no le hables y ya, no le puedo
decir que ya no venga.- asentí.
[…]
La casa de Andy está llena de personas que bailaban y
tomaban como unos locos. De pronto me perdí de Andy, y ahora estaba yo solo,
buscando a algún conocido cerca. Gustav no vendría, entonces ahora estaba solo;
al menos no había visto a Thomas hasta ahora.
Tomé un vaso con alcohol y le lo llevé a los labios, mirando a todos
desde el sofá.
El sofá se hundió a mi lado y sentí un cosquilleo en mi
cuello al sentir un brazo en mis hombros. Miré a mi lado… Thomas… Mis fosas se inundaron
de su olor, y al ver su sonrisa, mis ganas por responderle con una crecieron. Pero
no lo hice, solo entorné los ojos y bufé.
- ¿Cómo estás, mariconcito?
- Estaba bien, hasta que llegaste.- dije sin mirarlo.
- Se notaba que te divertías demasiado.- dijo con sarcasmo.
- Es más divertida mi propia compañía que la compañía de
un jodido imbécil.- fingió una cara de indignación.
- No seas tan grosero.- se carcajeó. Tomé su brazo y lo
quité de mis hombros, mientras bebía más alcohol.
- ¿Y como está tu padre ahora?
- No te importa.- le dije cortante. Él me sacó mi vaso y bebió
de mi bebida. -¡¿Qué te pasa?!- él solo rió y me regreso el vaso a mis manos.
- Escuché que salió del hospital.- lo miré y me carcajeé.
- Sí, entonces tú eres de esos idiotas.
- ¿Cuáles idiotas?- preguntó serio.
- De esos que se creen todos los rumores.
- Ah, ¿entonces no es verdad?
- A ti no te importa, ¿bien?, no te diré nada privado.
- Como testigo de lo que hiciste tengo derecho a saber
que pasó, ¿no crees?
- No, no tienes.
- ¿Por qué no?- preguntó mientras reía y volvía a quitar
mi vaso de mis manos.
- ¡Porque no quiero, Thomas!, ¡vete de aquí!
- Los dos estamos solos, al menos deberíamos hacernos
compañía el uno al otro.
- Yo no estoy solo.- el levantó las cejas, burlón. –Andy acababa
de irse cuando llegaste.- mentí. Me miro con seriedad, ladeando la cabeza;
después una sonrisa se asomó en sus labios. -¡Bien!, entonces hagámonos
compañía.- suspiré.
- Bueno.- él se acercó más a mí.
- ¡Hey, pero aléjate un poco!- se carcajeó.
- Ya, ya, lo siento.- se levantó del sofá, dejándome
solo, pero después volvió con dos pares de vasos en sus manos, pasándome dos. –Aquí
nuestra diversión de esta noche.- dijo mirándome a los ojos. Sonreí.
Tome del vaso, al igual que Thomas lo hacía. No hablamos
por unos largos minutos, pero la verdad era que ya me había aburrido más de lo
normal, así que decidí entablar una conversación con él.
- Creí que te gustaban las fiestas como estas.- negó, sin
mirarme.
- Me gustaban.
- ¿Qué pasó?
- Me cansé de las mujeres como esas.- apuntó, carcajeándose.
– ¿Y tú?
- Son demasiado para mí…- tomé el segundo vaso y bebí. Él
se recargó más en el respaldo del sofá, abriendo sus piernas y sacando un
fuerte suspiro.
La noche pasaba, creo que estaba demasiado ebrio, pero
aun consciente… algo. Seguíamos sentados en ese sofá, los dos juntos, separados
de esas personas que no se cansaban de bailar, tomar, fumar y gritar.
- ¿Sabes? Esto es aburrido.- me dijo, meneando su vaso.
- Estoy de acuerdo.- dije sacándole el vaso de sus manos
y tomándome lo yo. Él sonrió.
- ¿Quieres?- entre buscó en sus bolcillos una cajetilla
con cigarrillos. Yo asentí, y tome uno, llevándomelo a los labios. Él encendió
el encendedor y me lo prendió, al igual que hizo con uno para él.
- Humm…
- “Humm” ¿qué?- me dijo.
- Todo esto es aburrido, mejor me voy a casa…- me levanté
de ahí, pero él me tomó el brazo.
- ¿Por qué no salimos?- dijo echando el humo de sus
labios.
- ¿A dónde?
- Sé un lugar que puede gustarte…- le di un sorbo al vaso
y asentí. Después de todo no tenía nada más que perder.
- Bueno…- se levantó y tomó otro par de vasos, dándome
uno, yo sonreí y caminamos fuera de la casa. Entramos en su pequeño auto
blanco. -¿Thomas?- me miró. -¿Vas a manejar así?
- ¿Así cómo?
- Tan ebrio.- se carcajeó.
- Descuida, que no estoy tanto.- yo asentí. Eructó con
fuerza, y metió las llaves, prendiendo el auto.
- EHH, ¡qué asco!- me di aire con mi mano. Él negó y bajó
la ventanilla.
Arrancó. Eran las 4:03 de la madrugada según el reloj del
auto; era una mañana algo fría, pero no demasiado. Thomas había prendido la
radio, en donde una mujer daba las noticias de la capital y de otras ciudades.
Era tan aburrido. Y pareció que leía mi mente, pues cambió la estación, en
donde daban música algo vieja; pero todo era mejor que las absurdas noticias.
Él no hablaba en todo el camino, tan solo golpeaba el
volante con sus pulgares al ritmo de las canciones y de vez en cuando daba un
sorbo a su vaso con alcohol. Quité mis botas y subí los pies al asiento.
- ¿Thomas?- le llamé.
- Hmm
- ¿A dónde vamos?- dije al darme cuenta de que ya no estábamos
en la ciudad. Estábamos por la carretera.
- Ya verás.
- Bien.- conseguí decir. Subí la ventanilla al sentir el
frío más fuerte chocar en mi piel. Thomas parecía no sentirlo, pero al mirarme,
encendió la calefacción de su auto. Pero nada se arregló, incluso sentí más
frío. –Mejor regresamos, estás ebrio, Thomas.
- Y tú también.
- Pero no vengo al mando.- él solo negó.
- Casi llegamos.- sonrió.
Wow..!! sigue. hasta que por fin se te hincharon y subiste ;D
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